
El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República Española. Aquella república llegó como consecuencia del colapso de la monarquía de Alfonso XIII. Un colapso tan intenso que toda la estructura cedió ante el pánico causado por unas elecciones no legislativas, sino municipales, y que no ganaron los republicanos, sino los monárquicos, pero que no obstante llevaron al aparato del Estado, empezando por el propio Rey, a la convicción de que el sistema estaba muerto. Y en efecto, lo estaba, pero no porque los españoles se hubieran vuelto republicanos, sino porque nadie en el régimen monárquico era capaz de imaginar un proyecto nacional.
La actividad de una minoría política inquieta, junto a los deseos de cambio de una élite intelectual profundamente insatisfecha, bastaron para mover a una población mayoritariamente pasiva. La Corona cayó de un papirotazo.
La II República podría haber sido una oportunidad para España, tal y como la concibieron los intelectuales de la Agrupación de Ortega y compañía. Pero esa oportunidad quedó inmediatamente frustrada porque los gobernantes republicanos, los políticos de 1931, también carecían a su vez de un proyecto nacional. Así como la monarquía de Alfonso XIII había intentado crear un país donde sólo cupiera ella, del mismo modo la República del 14 de abril configuró un Estado donde sólo cabían los republicanos. La quema de conventos, la exclusión de la derecha y la agitación revolucionaria se convirtieron pronto en seña de identidad del nuevo régimen.
Sus logros políticos, sociales y económicos fueron mínimos: a veces, simples enunciados de buenas intenciones (y no siempre buenas). La obsesión de Azaña por hacer la revolución moderna que España no tuvo y la obsesión de la izquierda por imponer un régimen bolchevizante hicieron todo lo demás. Aquella república terminó en guerra civil y, vista objetivamente su trayectoria, sin las mitificaciones posteriores, es difícil pensar que hubiera podido acabar de otro modo.
Resumiendo, la segunda República representó para millones de trabajadores y de campesinos una esperanza de una vida mejor. Abrió un periodo revolucionario que puso en pie a los oprimidos que dedicaron su sacrificio, su entrega y su sangre a la causa de la justicia social. Resistieron y combatieron con las armas en la mano al fascismo y sufrieron tras la derrota militar, la persecución y el exterminio de la cruel dictadura Franquista.
Hoy existen grupos de cierta entidad que quieren resucitar aquellos años para devolver la República a España. Lo hacen desde una visión puramente sentimental, utópica de lo que fue la experiencia republicana..